El toreo de Diego Urdiales según Toronjo por fandangos.
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Diego Urdiales y un Adolfo Martín |
De todas esas letrillas por fandango que escuché a Paco Toronjo, un genial artista sin parangón, retuve de una forma especial una de ellas.
"Para cantar un fandango,
un consejo yo daría,
más que busques la medida,
procura que sea un desgarro,
de una emoción de tu vida".
En el arte, la pureza es un valor que trasciende cualquier disciplina. Aunque el toreo y el cante flamenco puedan parecer expresiones dispares (si acaso, a un tuerto o un sordo), hay un hilo invisible que los ata. El cante por fandangos, desnudo y sincero, encierra en sí mismo una especie de mística que a mí, personalmente, me recuerda al toreo de Diego Urdiales. Principalmente por el fin que ambos persiguen: la verdad artística. No de cualquier forma: por la vía de la hondura, la autenticidad y la naturalidad.
De Diego Urdiales se dice que es un torero irregular. Remitiéndome a entradas anteriores, que es un torero para los públicos inteligentes. Su estado de ánimo influye de forma casi obligatoria en el devenir de la tarde. No torea para el tendido. Estoy seguro de que lo hace para sí mismo. Y en eso veo una clara similitud con Toronjo: no saben hacer otra cosa. Esto último no debe entenderse en el peor de los sentidos, todo lo contrario. El que sólo sabe ganarse la vida de una forma se asegura de poner todo su ser en aquello que hace. Paco Toronjo, con su cante, desgarrado y personal, se alejaba de los convencionalismos comerciales para construir un estilo basado en la hondura y la sinceridad. Con una voz rota y un compás que parecía improvisado, pero que, ojo, contenía en sí una sabiduría ancestral, esbozaba tardes tras tarde las más altas confesiones. Urdiales no es un torero comercial.
La autenticidad es fácil de señalar en Diego Urdiales. Sus faenas nunca son sucesiones eternas de muletazos. Da los muletazos precisos. Los que necesita. Como el fandango, al que le bastan cinco estrofas (o menos) para trascender a la inmortalidad. Cada muletazo de Diego Urdiales es necesario. Si no, no se explica su forma completamente entregada de sostener (que no agarrar) el estaquillador por el mismo centro y echar la pata alante. Cada uno de ellos es un desgarro.
Urdiales en su tauromaquia, como Toronjo en su cante, manejan los tiempos con una cadencia especial, alejada de cualquier atropello. Cada pase del torero y cada quejío del cantaor parecen surgir de un mismo compás interno, de un tempo marcado por la emoción y la naturalidad. No hay imposiciones externas, solo la verdad de un arte que fluye con una gracia serena y contenida.
El cante de Toronjo y el toreo de Urdiales enseñan que la emoción no necesita artificios. Ambos artistas, desde su respeto a la tradición, han demostrado que la pureza no es un concepto anticuado, sino la base de un arte que perdura. Su legado es un recordatorio de que lo esencial, cuando se ejecuta con verdad y sentimiento, es capaz de conmover sin necesidad de adornos ni distracciones. En la arena o en el escenario, su arte se eleva como un canto sincero a la belleza más profunda.
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Procura que sea un desgarro (Foto: Desconozco) |
Lo firma, Tercio de Quites
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